miércoles, 15 de diciembre de 2010

EL SEÑOR DE LA GUERRA

El director Andrew Niccol destacó en la cartelera del 2005 con su película EL SEÑOR DE LA GUERRA, película que desde un principio me pareció fascinante y que me hizo plantearme muchas cosas tras verla.

Yuri Orlov (Nicholas Cage) es un inmigrante ucraniano en Estados Unidos que decide, un buen día, dedicarse al tráfico de armas para hacer fortuna. Yuri lucha por conseguir todo lo que se le pone entre ceja y ceja. Su carácter pausado, educado, racional, le ayuda en sus negocios; y su habilidad para los idiomas y su temple, le hacen salir airoso en los peores momentos. Él tiene claras sus ideas y sabe que lo mejor para su negocio es mostrarse imparcial en todo conflicto para poder vender armas a ambos bandos. Su filosofía de “si no les vendo yo las armas, otro se las venderá” parece un intento desesperado de autojustificarse, aunque no parece que tenga remordimientos por las consecuencias de su negocio en ningún momento.

Nuestro traficante vende armas a los dictadores más sádicos de África, mientras mantiene una doble vida en la que ni su mujer ni su familia (sólo su hermano Vitaly) saben de su ocupación y miran hacia otro lado, a pesar del alto nivel de vida que mantiene, sin hacer preguntas. 

Casi desde el principio es perseguido por un idealista agente de la Interpol, Jack Valentine (Ethan Hawke) que busca poder encerrarle incesantemente, pero que no está dispuesto a burlar la ley para conseguir detenerle, debido a su extraordinaria integridad.

Cuando Gorbachov declara el fin de la Unión Soviética, se abre la veda para conseguir una cantidad ingente de armamento de estos nuevos países que aún no tienen gobierno ni lider, y es el momento en que Yuri aprovecha para tomar ventaja sobre sus competidores siendo el más rápido. 

El señor de la guerra denuncia estos hechos que se dieron tras el fin de la Guerra Fría en que sólo en Ucrania entre 1982 y 1992 se sustrajeron más de 32.000 millones de dólares en armas.

Es una película con moraleja, que desvela la hipocresía en la que vive el mundo.

“El mayor traficante de armas del mundo es su jefe, el actual Presidente de los Estados Unidos de América”. Extraordinaria verdad la que expresa esta frase de Yuri Orlov.

Resulta indignante su conclusión, siempre se ha dicho que el mal es algo necesario, pero cuando vi este largometraje me quedó aún más claro que las guerras son un gran negocio para todos, menos para sus víctimas. Gobiernos que se declaran como instauradores de la democracia en el mundo, son los primeros que juegan a vender armas para otras guerras y a los que les interesa que existan los traficantes para poder continuar su negocio, porque: sin armas en los dos bandos, no hay guerra y sin guerra no hay dinero.

Hace poco me enteré de que esta película está basada en un personaje real, Viktor Bout, “El mercader de la muerte”, cuya personalidad está bastante bien representada en la película por lo que he podido leer de él.

Bout niega ser traficante y dice dedicarse simplemente a transporte aéreo, pero hay datos que confirman que ha vendido armas al ex-dictador Charles Taylor de Liberia o a Bin Laden, al mismo tiempo que ha transportado alimentos para la ONU en otras zonas de África o tropas francesas para frenar la masacre de Ruanda . Es una persona, en este sentido, un tanto contradictoria.

Finalmente fue detenido hace un año y medio en un hotel en Tailandia y durante todo este tiempo Rusia y Estados Unidos han estado luchando por obtener su custodia, pero finalmente hace apenas un mes, el gobierno tailandés autorizó su extradición a EE.UU., decisión no exenta de críticas y de denuncias de presiones e ilegalidad.


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